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martes, 29 de julio de 2014

Otro viejo en el mar - Capítulo 1

En esta barcaza rodeada de agua cristalina mi vida no parece tan complicada. Ni tan interesante. Con el reflejo del horizonte en el fondo de mis pupilas el sufrimiento físico, y el otro, el que más tarda en cicatrizar, el emocional, toman una relevancia insignificante en mi destino como ser humano. Como si nada de lo que he visto a lo largo de estos dos tercios de siglo fuese realidad. Como si en un abrir y cerrar de ojos el cielo pudiera merendarse al mar y decir, de forma súbita y tajante: “Ya he tenido suficiente”. 

Pero el cielo sigue callado. La tarde avanza y el sol amenaza con esconderse entre las montañas que se erigen como guardianas de la tierra. Nos hemos acostumbrado a dormir sin más, tomando el ciclo solar con tal naturalidad que nunca pensamos en su lógico final. Pero todo se acaba. A veces me gusta pensar en que quizá no vuelva a amanecer. Otras, la simple idea de agradarme tal pensamiento me crea temor hacia mí mismo. Por suerte, mañana volverá a salir el sol.

Con el paso del tiempo me he construido un amor hacia mi persona que me hace disfrutar de la soledad. ¿O será también cosa del ron que besa mi garganta? ¿Y escribir?, ¿se está solo cuándo se escribe? En mi cabeza rondan gentes y lugares mientras que mis ojos solo me muestran la lejana orilla donde el hombre empieza a corromper su corazón. Y en mi cabeza siguen rondando recuerdos. Ni escribir me dejan solo. 

¿Se puede estar en paz no estando solo? Tras toda una vida en guerra, lo único que conozco de la paz es el patio de mi colegio, decenas de globos blancos y una excusa para mirar al cielo un 30 de enero abanderado por una paloma blanca. No sé qué es la paz, a pesar de que casi muero por ella. No sé qué es la paz, prefiero mis recuerdos. Cuando los pierda estaré solo. Y eso me caga de miedo.

Cuando volví a casa pensaba que todo iba a estar irreconocible. Estaba peor. Estaba casi igual como lo recordaba. Tras toda una vida resistiendo a un destino que alguien parecía haber escrito para mí, con la misma desgracia con la que Sostres firmaba hace 50 años sus artículos de opinión en el diario El Mundo, esperaba que al menos todo hubiese cambiado. Las calles eran distintas, las personas eran otras, el aire había empeorado; pero la vida seguía siendo exactamente la misma. Otros nombres, otras fechas, otros caminos, mismas metas. Seguíamos siendo productos orientados a consumir productos que nosotros fabricábamos para que un productor –que no producía nada- siguiese engordando su cuenta corriente.

No sé cuándo fue la primera vez que llegué a esa conclusión, pero desde muy joven la llevo clavada en el corazón. La verdad es que añoro el encanto de las primeras veces; experiencias que mi mente ha guardado en un lugar tan recóndito al que tan solo me veo capaz de acceder en mitad de estas aguas. Y ni aun así. ¿Dónde está el límite de la memoria humana? Junio de 2058 y aún nadie ha conseguido inventar el botón que nos permita escanear entre nuestros recuerdos.

Lo cierto es que mi vida ha estado marcada por primeras veces que no logro reflejar en mi subconsciente: la primera vez que leí un libro; la primera vez que besé a una chica; la primera vez que me caí al suelo y me levanté sin llorar; la primera vez que sentí la libertad en mi pecho; la primera vez que conocí el amor; la primera vez que escribí sobre mí; la primera vez que dejé de sentir la libertad en mi alma; la primera vez que escribí sobre ella; o la primera vez que le pusieron límite a mi esperanza. ¿Por qué soy incapaz de recordar? Mi mente tiene una extraña preferencia sobre las últimas veces. 

Mis 67 años parecen 25 cuando a mi alrededor solo hay agua. Aunque claro, a mis 25 años a mi alrededor solo había montaña. El sol en Sudamérica es diferente; más bravo. Su amanecer era una llamada a la lucha y la resistencia o la muerte; una llamada a la que siempre acudí con la misma precisión con la que el gallo de mis vecinos cacareará mañana a las 7:13 horas. Aquí en Europa, Helios tuvo más clemencia. El sol me da el último aviso para que deje la pluma mientras se cumplen sus minutos de descuento. Me siento bien acompañado. Mañana será otro día. Otro día de mi historia y de la tuya, que me estás leyendo. Claro que todo lo que han visto mis ojos es una realidad. Ignoro si una realidad válida para un ser humano. 

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