Categorías

viernes, 17 de mayo de 2013

El "Viva España" más antifascista

En ciertas ocasiones no todo es lo que parece. Si bien nunca conquistamos la patria, nuestros antepasados consiguieron que, con la II República y su resistencia, el "Viva España" se convirtiese en un grito de esperanza, reivindicación y adoración a unos héroes que, en la mayoría de ocasiones, se dejaron su vida luchando contra el fascismo.

Luego llegó la dictadura franquista. Quemó nuestra bandera, nos humilló hasta la muerte y nos envío directos a una zona bien apartada de la realidad llamada olvido. Se apoderaron de la patria. Ningún español podía estar orgulloso de ser de España, aquel conjunto de pueblos y naciones. Conjunto de trabajadores de las minas, los campos o las rías. Sin embargo, mientras tanto, ahí fuera aún había algún valiente luchador que era vitoreado al coro de "viva España".  

Saturnino Navazo Tapias era un humilde jugador de fútbol del Deportivo Nacional, de 2ª División, tercer equipo de la comunidad madrileña tras Madrid y Atlético. Su historia se recoge en el reportaje "Fútbol en el infierno" de Informe Robinson. La sublevación del 18 de julio le cambió la vida. Saturnino se unió al ejército republicano para luchar por la libertad y la democracia ante el ataque fascista.

En la esquina inferior derecha de 
la foto de equipo vemos a Navazo

El trágico final de la guerra le llevó a exiliarse a Francia junto a tantos héroes españoles. Pero aquí no termina su historia; acaba de empezar. Navazo se alistó junto a otros compañeros al ejército francés para luchar contra el nazismo en la II Guerra Mundial. La batalla contra el fascismo se prolongaba. 

En 1941 fue apresado por el ejército alemán. El fascista estado español renegó de él y los suyos, que quedaron a merced del fuhrer. Eran los "rojos españoles"; los apátrididas. Ya prisioneros, fueron metidos en un vagón y dirigidos al campo de concentración de Mauthausen, en Austria. Aquellos vagones de la muerte. Aquellos trenes directos al infierno. La mitad de los que entraron en Mauthausen nunca volvieron a salir. 

Allí conoció a Siegfried Meir. Siegfried era un niño judío de tan solo 7 años que había visto como la vida de su padre se acababa tras desplomarse al suelo en la tierra del campo de concentración de Auschwitz. Antes de eso ya se había separado de su madre. Sin un último adiós. Sin un último beso en la mejilla. Como si no fuesen personas. Al llegar a Mauthausen, el joven huérfano fue encargado al valeroso republicano español. "Soy agnóstico, pero creo que Navazo era un santo. Él me hizo salir del agujero." 

A pesar de todo lo que tuvo que aguantar y con un niño a su cargo, Saturnino aún no estaba derrotado. Según cuenta su esposa, él mismo se fabricaba una pelota a base de trapos y corría detrás de ella para calentarse. El futbolista, al igual que el combatiente, seguía vivo. La lucha continuaba.

Navazo volvió a las canchas. Tras hablarlo con los jefes de barracas del campo de concentración montó su equipo de fútbol: el de los españoles. El fútbol llegaba para dar vida a Mauthausen. Seis días de la semana eran dedicados a inhumano trabajo forzoso subiendo piedras de la cantera al campo. Demasiados muertos bajaron en carretas por esa cantera. Quien no podía subir, era aniquilado. Bien de un tiro o bien de un empujón por lo que los presos conocían como "el muro de los paracaidistas". Demasiados héroes cayeron por él. 

El último día de la semana era diferente. Era domingo. Era día de fútbol. Navazo, su equipo español y los demás prisioneros volvían a la vida en las canchas. Alemanes, húngaros, yugoslavos, rusos, españoles... todos se unían para jugar. Y casi siempre ganaban los españoles. Ramiro Santisteban, testigo de aquellos encuentros, cuenta que el juego de los hispanos era vitoreado entre "olés" y gritos de "viva España".

Mientras en su tierra un régimen fascista acababa con todo lo decente; en un infierno austriaco sonaban gritos de "viva España" en honor a un equipo de fútbol. Un equipo de fútbol diferente. Un equipo combatiente. Un equipo antifascista. Ese "viva España" no iba por la 'grande y libre'. Iba por la España combativa. La de las cunetas, la de las fosas, la que se escondía en armarios, la perseguida, la olvidada.  

Saturnino se ganó el respeto de los nazis como futbolista y lo sacaron de la cantera. Empezó a comer mejor. Cambió el arriesgar su vida al lado del "muro de los paracaidistas" por pelar patatas. Pero nunca olvidó a los suyos. Navazo empezó a acudir a los partidos con patatas escondidas en pantalones y medias para dárselas a sus compañeros, que se alimentaban a base de una triste sopa. 

Llegó el fin de la guerra. El ejército rojo derrotaba a lo que quedaba del nazi y tomaba Berlín. El bando aliado había ganado la guerra al fascismo. Cuando los aliados entraron al campo de concentración se encontraron con una pancarta: "Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras". 

La libertad llegó a Europa. O a casi toda. Los prisioneros de Mauthausen volvieron a sus países de origen. Todos menos los españoles, ellos no podían. España era otro infierno. Francia los acogió como excombatientes antifascistas. Una nueva vida empezaba. El joven Siegfried Meir se convirtió en Luis Navazo, hijo del luchador republicano Saturnino Navazo, que acabó sus días en Revel, donde siguió jugando al fútbol y fue miembro del Partido Socialista.

Historias así habrá pocas; miles acabaron en tragedia. Héroes hay muchos; supervivientes escasos. Escribir sobre ellos es lo menos. Recordar a cada olvidado será la misión de la sociedad del futuro; la del presente es el fruto podrido de un árbol infernal. La historia está para aprender de ella. Nosotros no debemos olvidar ni perdonar. Seguiremos luchando. Seguiremos resistiendo. Fascismo nunca más.

¡Viva la España antifascista!  





No hay comentarios:

Publicar un comentario