21:30 del 6 de enero de 2011. A mis recién cumplidos 20 años me embarcaba en la búsqueda del sueño más ambicioso que perseguí nunca: un mundo justo e igualitario. Mi vida siempre ha sido una sucesión de sueños por cumplir. Siempre fui a por ellos, nunca dije ‘no’ a seguir una ilusión, y eso me ha costado mucho. No estoy arrepentido, si bien sé que de haber elegido otra forma de vida ahora tendría una existencia más cómoda y quién sabe si mejor.
Lo que sí sé son la fecha y hora exactas del vuelo que cambió todo. Guardo ese billete con cariño, muy a pesar de lo que acabaría significando una década después. 47 años más tarde, una gran parte de mí comprende y ama mi aventura; otra aún imagina cómo habrían sido las cosas si no hubiese dejado todo atrás. No puedo evitar pensar en qué hubiera pasado si esa última caricia no hubiese sido -y siguiese siendo- su última caricia. Si mis padres me hubiesen puesto algún impedimento. Si hubiera ahorrado menos dinero del necesario para subirme en aquel vuelo de ida. No recuerdo qué se me pasó por la cabeza entonces, sí que lo único que hice fue agacharla, decir adiós y dejar atrás todo entre lágrimas. Unas lágrimas que confiaba en transformar en igualdad y justicia; en socialismo. Unas lágrimas que costaría mucho tiempo secarme.